«Esto es lo que pasó después de que mi cuerpo y mi empresa me dijeron basta.”

02/06/2025

El año pasado fue uno de esos que simplemente no se olvidan. No por una sola cosa, sino por todo lo que se juntó. Como una ola que arrasa con lo que encuentra.

Justo cuando iba a operarme del hombro por una lesión deportiva, la empresa donde trabajé durante 18 años me dijo: “Gracias… ya no te necesitamos”. Así, sin más. Después de tantos desvelos, viajes, entregas fuera de horario… nada de eso pesó. Fue un portazo.

Y aunque traté de mantenerme fuerte, por dentro sentía que algo se me rompía. Empezó un duelo extraño. Uno que mezclaba tristeza, rabia, miedo y un vacío enorme.

Me operé, sí. Pero la verdad es que, aunque físicamente estaba algo mejor, yo no me sentía recuperada. No era solo el cuerpo. Era esa sensación de pérdida, de haber sido descartada. Aunque por fuera sonriera… por dentro estaba hecha pedazos.

Intenté distraerme con un viaje, pero no ayudó. Mi cabeza no paraba. La culpa, la frustración, el enojo… estaban ahí todo el tiempo. Encima, quise correr una carrera de 10K, como para probarme que seguía siendo fuerte. Pero no lo estaba. Terminé con otra lesión. Esta vez en las rodillas.

Y ahí sí… me quebré. Era como si mi cuerpo gritara lo que yo no quería admitir. Que estaba mal. Muy mal.

Pasaron meses entre terapias, citas médicas y días oscuros. Hasta que, en noviembre, llegó el diagnóstico: espondilitis anquilosante. Una enfermedad rara, crónica, dolorosa. El cuerpo comienza a atacarse a sí mismo. Y duele. Mucho.

“¿Por qué a mí?”, le pregunté al doctor. Me dijo algo que no olvido: “A veces, cuando el estrés se acumula demasiado… el cuerpo explota”. Y sí. Tenía todo el sentido del mundo.

Era fin de año. Estaba enferma, sin trabajo, sin ingresos y con la autoestima por los suelos. Pero algo dentro de mí —chiquito, pero firme— me dijo: haz algo… aunque sea pequeño.

Y empecé. Despacio. Con miedo. Con dudas. Pero empecé. Me puse la vida al hombro —ese mismo que aún dolía— y decidí avanzar.

Hoy, un año y cuatro meses después, sigo en ese camino. No todos los días son buenos, pero ahora los miro distinto. Trabajo en lo que amo: diseñar capacitaciones, crear procesos que transforman, acompañar personas. Trascender.

Mi enfermedad está dormida. Y yo… despierta. Viva.

Tengo una red hermosa que me sostiene: mi pareja, mis papás, mi familia, mis amigos. Siempre estuvieron ahí.

¿Y sabes qué? No tengo todo resuelto. Pero tengo algo valioso: claridad. Propósito.

Así que si estás pasando por un momento difícil, si todo parece caerse… respira. Llora si tienes que llorar. Pero no te detengas ahí.

No se trata de volver a ser quien eras.

Se trata de descubrir en quién puedes convertirte.
Y avanzar. A tu manera. Con miedo, con cicatrices… pero con el corazón dispuesto a trascender.

Conocé el perfil del autor aquí.

 

Deja un comentario

💬 ¿Necesitas ayuda?